LA BALLENA Y SU ENCUENTRO CON UN LUGAR LLAMADO SALINA CRUZ
José Noé Mijangos Cruz
No es frecuente avistar a una
ballena por las costas de Oaxaca. En el mar abierto, sin embargo, la
probabilidad de que se dé, queda en el anecdotario de los marinos que se hacen
a la mar para disponer de los recursos provenientes de ese ecosistema. Salina
Cruz, con todo y los recursos materiales e institucionales para hacerle frente
a una situación de varamiento de cetáceos, no alcanza a ser una zona de
reacción rápida ante tal incidente y la ingenuidad de sus pobladores es la
misma que la de un militar naval o la de un investigador de universidad
subsidiada por el gobierno del estado.
En Salina Cruz las profesiones se
excretan por los poros como una receta local de comida rápida. Sus
profesionistas son hechos por universidades prontas a recibir incentivos
económicos que cocinan dicharacheros que se pulen exhibiendo sus títulos de
esto y de lo otro, aunque en la realidad sólo se justifique que siendo
veterinario, no llegó a cursar la materia de “cetáceos”. Pero el salinacrucense
no sólo es un producto universitario que se hace en Instituciones de Educación
Superior locales, también se fabrica en universidades foráneas donde la
mentalidad de exaltar su condición silvestre sale a relucir lisonjeando
virtudes que encubren vicios sociales desde que se fundó como una localidad
oficial en los registros públicos.
Toda una historia supina que
reverbera su grandeza de 110 años, desde que se inauguraron los trabajos de
dársena, astillero e infraestructura ferroviaria, no hace más que comprometer a
un poblador salinacrucense a adoptar un estilo de vida que le han hecho creer
es cosmopolita cuando en realidad es condescendiente con lo extraño y rudo con lo
nativo. Sabemos que hablar del mar es meterse en aguas profundas (metáfora de
su complejidad discursiva), pero también sabemos que nos da lo mismo tener una
ballena para la “selfie” como si fuera un trofeo de caza, una ballena para
asumirnos “ambientalistas” (citar en nuestras casas a voluntarios para rescatar
a la ballena, algo así como “liberar a Willy”), y una ballena para la postal
turística de un Salina Cruz en víspera de una puesta de sol.
La “ballena cervantina” es
aquella que ahora moribunda dejó musitar la siguiente frase: “Moriré en un
lugar de cuyo nombre no quiero acordarme”. Ese Salina Cruz lisonjero se atrevió
a mover a una ballena que creyó ser ayudada. A cambio, su “confianza en el
mundo” que David Goleman ha discutido en sus libros que exclaman quienes “han
perdido la fe” con la pregunta “¿Por qué a mí?, hubo quedado resuelta en un
sinsentido catastrófico: “matar de incertidumbre a la ballena”.
Ninguna respuesta institucional
monitoreó a la ballena después de su partida de Bahía La Ventosa, se dejó a su
suerte su historial itinerante: su carta de mar. Lugareños bienintencionados no
pudieron con una burocracia indecente, esa que todo escatima, pero que más
pronto que oportuna ya estaba lista para comprar cubetas y regalos de cocina
para la mamá que fue festejada en su día. La misma ballena de encallar en el
Mar de Cortés, probablemente tuviera mejor asistencia, pues ahí cuentan con
expertos, unidades de monitoreo e investigadores que siguen el curso de esa
especie marina. El sur, el sur sin embargo, molida como está de autoridades
“echadorsitas”, lacerantes y castrantes, sólo vive del reporte, la foto
evidencia y las redes sociales. El mensaje para las ballenas es el siguiente: “no
encallen en Salina Cruz, pues la curiosidad de sus pobladores nunca ha sido
amiga de la precisión por sobrevivir”.
Twitter: @JNMIJANGOS
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 11/05/2017, p. 7A)
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