ISTMEÑOS: ES HORA DE VOLVER A CASA
José Noé Mijangos Cruz
Diego Huerta/Instagram |
Estudios comparados dan cuenta que cuando se proyectan colisiones en
el espacio, se deben prever condiciones de juegos de suma positiva, para
afianzar las fortalezas implícitas que una debilidad supuesta en las
contribuciones empantanen a los agentes de cambio involucrados
circunstancialmente o dejados a su suerte dadas las sorpresas de las que pueden
aquejar los organismos de reclamación o de solución controversial.
El Istmo de Tehuantepec, reducto de una condición ambiental en
creciente pendulación civilizatoria, vive azarosamente sin tener que lamentar
una ruta de cosas hechas o dadas como imperativo de vida. Su gente, su política
y su doctrina de ruptura, ahora es el atractivo que cualquier mortal quiere
obtener como una suerte de naturalización ecuménica (puesta al servicio de la
civilización misma).
Foto: Diana Manzo |
No hace mucho, ser istmeño representaba una nota de pasaje cultural
degradado e inexacto. Las ‘velas’, para quienes sólo querían obtener un estatus
de ligereza conceptual, eran la panacea a esa condición de cambio. Tehuantepec
le reclamaba Juchitán, la residualización de su indumentaria, en sentido
contrario, Juchitán apelaba a un acto escasamente republicano y de democracia
elemental, el que solamente se adoctrinara sobre el papel cultural desde las
cimientes de la élite lisonjeada de ese bastión dominico.
Ese resultado etnocéntrico, ha propiciado un nudo difícil de desatar y
han sido las nuevas generaciones quienes han comprendido que no se puede seguir
discutiendo sobre lazos de hermandad que se siguen condicionando de manera
deficiente, sin aterrizar en el fondo: hacer de esta tierra un aspecto central
de los proyectos de vida de quienes siguen emigrando aun sin la persistencia de
la incompetencia cultural (desde la exigencia occidental), que pudo haber
tenido sentido hace unas décadas.
Vivir en la provincia, en la que uno ha estado viviendo por
generaciones, puede ser la solución a crisis existenciales de generaciones que
ahora nos asomamos a esta parte de la entidad oaxaqueña asombrados de la
riqueza cultural escasamente manipulada y que debe seguirse debatiendo a condición
de integrar nuevos estudios sobre procesos humanizadores de preservación de los
nichos ecológicos alternativos y de predominancia de las lenguas originales,
así como las motivaciones de la dieta artesanal y los espacios de participación
social.
Ha sido el Istmo de Tehuantepec el rebelde de la entidad oaxaqueña. El
Valle es el ejemplo del orden doctrinal que avasalla las conductas altisonantes
y contrastantes. Los colores y la disposición de sus tejidos son imperiales,
entrópicos, niegan el cambio y pudieran padecer de la unidad reaccionaria. El
Valle es el corolario del enseñoreado que avista al enemigo, lo niega y lo
expulsa. Su papel político es la penetración abisal desde la doctrina de la
delación que reúne cuerpo y espíritu en un monolito ocre y acre en el que se
convierten sus agentes metropolitanos.
En cambio, el Istmo de Tehuantepec es neguentrópico, galimático,
potencialmente sexuado (es Eros quien lo mantiene como ‘sibarita’ o como ‘hedonista’).
No es en balde que las flores sean los bordados desde donde se sujeta la
voluptuosidad de este paraíso tropical (planicie costera). Las articulaciones
políticas son dignas de nuevos movimientos sociales: espontáneas, etéreas. Se
vive prácticamente a la sombra de arbustos que enseñan nuevos pasadizos
secretos. El orden cósmico es desorden humano incitante, en donde la
deformación de la realidad es necesaria para vivir. Se vive de una imaginación
pasajera: ninguna idea mantiene piel permanente. Se nos permite arrancar de los
árboles el fruto prohibido con la sonrisa infantil que le gusta a la naturaleza
que le regalemos, para que esa liviandad pase ante sus ojos como una mera
caricatura de aturdimiento emocional. La naturaleza acoge nuestra sangre y
nuestra carne, como una contrapartida de arrebatarle sus placeres lúdicos y
joviales.
La política es entronización, y los ‘istmeños’ no se toman esa
iniciación como algo grave; la política aquí es el pasaje del cambio cultivado
como aspiración de vida. No nos interesa llegar con las corbatas y sacos aliñados,
donde la vida se hace a diario con camisa meridional y pantalón de fajina. Los
actos solemnes podrían ser los de fiesta patronal o de consecución de un afecto
a Occidente que le permitió quedarse como una reminiscencia criolla. La mujer
istmeña es una benefactora pronta: acoge a sus hijos como una madre diligente, propicia
el encuentro plácido de un acto de disgregación que a los istmeños nos sale
natural. Del Istmo de Tehuantepec sus hijos nos vamos tan pronto como lo
conocemos, somos errantes: es hora de volver a casa.
Twitter:@JNMIJANGOS
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 01/04/2016, p.10A)
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 01/04/2016, p.10A)
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