VELAS JUCHITECAS
José Noé Mijangos Cruz
Gran parte de quienes escriben sobre las velas juchitecas, dan santos
y señas, sobre con qué vela se empieza y con qué velas se termina, calenda,
regadas, contingentes, padrinazgos y madrinazgos, exigencias en la vestimenta,
quema de armazones pirotécnicos, sombreros charro 24, cerveza y mezcal, música
de viento y orquestas de pretensiones económicas o de fama internacional.
Juchitán se luce porque su población se demuestra anfitriona y enmarca su situación
social desde la motivación que le permite alternar sus fiestas tradicionales
con su economía de empuje que no se vincula todavía a dependencias externas.
Se pensaría que Juchitán es sólo gente longeva que dirige desde su
trono gerontocrático a la comitiva, debido a sus deseos de aspiración y
relevancia social, pero es probable que nos equivoquemos si pensamos eso.
Juchitán es dominada, en parte, por su juventud sabia, que no deja morir en la
pretensión de la modernidad a su civilización ancestral. Ser conducidos por
jóvenes, hace que Juchitán se extienda rozagante desde su sépalo hasta su
pétalo. No en balde, algunos visitantes son anticipados de que Juchitán es de
las flores. El olor penetrante de su elixir servido como noción afrodisiaca
sobre esos cuerpos mancebos en señal de triunfo, hace que en los eventos
políticos en puerta, los futuros gobernantes lleguen con el collar de ‘guiechachi’
al cuello, demostrando que la resina vegetal les extiende su plenitud irrigada
desde que revienta la sierpe en los patios comunales que convidan las más
industriosas ocupaciones.
Toda la comunidad de Juchitán participa y se demuestra gustosa de unas
prendas únicas en su vocación criolla, ese criollismo que discrepa de la túnica
corrida y que debe llevar dos piezas en los cuerpos esbeltos y esteatopígicos
que desarrolla el atractivo de la talla femenina local. Nadie está proscrito
tras la bienvenida que se le da al visitante en una muralla de contención que
lo protege desde la casa rústica hasta el lugar de reunión que conlleva una
velada en donde la noche se pierde junto con las liviandades. De madrugada, la
sociedad se despierta como si estuviera hecha para confundirse con la espesura
contemplativa de una noche que se siente desafiada, pero que espera ansiosa vencer
esos cuerpos con la crema salival que se ocuparon en preparar para el fermento
pencas de maguey o racimos lupulares. La silueta de ese destino lúdico, hace
que esos cuerpos, jóvenes de hecho, se muevan entre las sombras de un pasaje de
canciones que al ritmo del ‘pitu nisiaba’ se atreven a desconectar los nervios
y las articulaciones para acaparar las miradas de tan sensuales gozos que se
conculcan autorizaciones para el desgobierno del juicio y se prologan en las
miradas absortas como una dislocación general.
Se acerca el día en donde los centauros y centáurides se impondrán con esa gracia para echar suertes y comprometerse desde muy jóvenes ante el obsequio que le disputan a las amistades, desde donde concurren para atravesar su comunidad alegrando la tarde y dejando desde horas anticipadas los quehaceres de culto que se endilgan oprobiosos a los negocios que esclavizan primerizos, luego del ahorro colaborativo que se previó meses antes.
La fiesta no termina donde apenas comienza. Durante un mes, se podrán
decidir juicios en los tribunales, se podrán notificar requerimientos fiscales,
se podrán comunicar oficios, circulares y manuales de organización, pero eso no
bastará para esquivar a una comunidad que de empleos oficiales no vive, celebra
a plenitud su felicidad de combatir la depresión contemporánea de la
mezquindad, mediante el juego peligroso de allegarse deseos, ilusiones y
fantasías cuya idea vascular es convocar a sus hijos dispersos por el mundo a
que se reporten a su centro de operaciones. Ahora que se permite este tiempo de
festejos, el Istmo de Tehuantepec se fascinará de convocar a todas sus
comunidades a que se decoren esos encuentros con el colorido y entrega que sus autoridades
‘principales’ han venido debatiendo como destino cultural, haciendo de la
religión, el sincretismo, la añoranza y la tradición, una estela de opiniones
que no han sucumbido ante el afán profesional de emparejarlo todo.
Los pueblos istmeños seguirán deleitándose de la naturaleza que les
dio origen. Mujeres y hombres que se demuestran a través de sus fiestas un
planteamiento del bien vivir que se traduce en el despertar por la curiosidad
humana, transmitidos de padres a hijos. Los ancianos se demuestran orgullosos
de prestar este servicio, que es la deuda por el futuro. Una deuda que no los
inflaciona, que les ocasiona una renta que en los hechos se respalda con una
propedéutica sutil, que no se cuestiona porque todo en ella es benéfica. Las
velas juchitecas, literalmente no pagan renta, pues de tantas sonrisas la deuda
se convierte en espléndidas satisfacciones que deben superar las generaciones
por venir.
Twitter:@JNMIJANGOS
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 29/04/2016, p.10A)
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 29/04/2016, p.10A)
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