INVENTANDO LA NACIÓN MEXICANA
José Noé Mijangos Cruz
Septiembre es el mes en donde los
festejos se disparan en cada pedazo de este país. México cabalga por única
ocasión en todo el año, a no ser que se le agregue la batalla del 5 de mayo, en
la certidumbre contemplativa de un desafío de país que milita entre el “mínimo
esfuerzo y la máxima utilidad”. La idiosincrasia mexicana no termina por
reinventarse, pero la exigencia de triunfo desfallece ante la amenaza de
cualquier otro caudillo que nos convoque a ofrecer nuestra vida a cambio de
libertad cedida pero no ejercida. El mexicano festeja para advertirle a ese
caudillo inexistente aunque en prospecto latente, que los triunfos ganados
hablan por muchos años de libertades inmutables en su reconocimiento cultural.
Algo así como aquel dicho que expresa: “lo duro no se siente cuando lo tupido
está por llegar”.
La maldita hoja de incidencias
La certeza regulatoria de un país
como México, ha pasado por muchos actos plenos de vigor filosófico, pero faltos
de rigor práctico. Hace unas décadas la “simplificación administrativa” se
banalizó como una “feria de pueblo”, fue un margen de maniobra de exigencia
pública al personal burocrático que se debería atener a cumplir con el “control
difuso” de atender cualquier medida corregible que se encontrara como un
desaliento ciudadano al recibir los servicios públicos en el orden y medida que
no alterara su carga contributiva. La “feria de pueblo” se divirtió con esa
excusa del presidente Miguel De la Madrid, en donde no faltó motivos para
cerrar el circuito discursivo con el dicho que se le achacaba a su antecesor,
pero que pasa inadvertida como la excusa perfecta que planteó en su momento el
que fuera secretario general de protección y vialidad del entonces Distrito
Federal (Ramón Mota Sánchez) propuesto por el presidente de la “renovación
moral”, aquella que dice que “la corrupción éramos todos”.
Los mexicanos de ahora le
aprendimos la maña a aquél presidente, empatándonos con los coetáneos de los
que le precedieron y dejando escuela para quienes se homologuen a los que lo
sustituyeron, enarbolando el uso de una “mejora regulatoria” que al atender
correcciones del sistema político, deviene en la corrección del subsistema de
pensiones, subsistema de libros de texto gratuitos, subsistema de subsidios, y
que trasvasa, incluso, a la iniciativa privada, entre el subsistema de
productos demandados y no encontrados en el punto de venta y el subsistema de
incongruencia en la matrícula escolar y su evaluación temporal, la “maldita
hoja de incidencias” se rebela, haciéndole “brujería” a quien la debe llenar,
para excusarse de su llenado y reporte inmediato.
Llenar una “maldita hoja de
incidencias” no se admite en el “Ethos” del mexicano que presume con esa acción
de corregir el sistema: más trabajo, obtención de un salario tasado y no
acumulable y el riesgo de evidenciar al de al lado, ahorrándose tal esfuerzo en
pro de la oscuridad administrativa y la altanería de los triunfos que
invisibilizan los espacios de participación ciudadana que no del todo se
encuentra satisfecha y que no del todo exige la libre manifestación de sus
libertades. Al final, la tesis de que todo queda igual como se encontraba, varía
un tramo poquitero en donde de no ser por la tecnología, y la frontera con el
máximo desarrollador de ésta, México estaría discutiendo si la música vernácula
nos debería seguir entreteniendo en nuestros campos o ingenios omitiendo la
diversidad polifónica que le hace ruido a varios sectores tradicionales que
asocian al gachupín con la xenofobia y lo criollo con lo nacional.
¡Ahí le hablan joven!
México no es un pueblo acomedido,
es un pueblo ofrecido. Su conducta está viciada de declaraciones varias, incesantes,
de musicalidad oprobiosa, acusa cuando encuentra la excusa. Ahora le reclama a
su presidente la invitación hecha a Donald
Trump, y el desaire proveniente de Hillary
Clinton, provocado por la misma situación. El morbo le comió al mexicano para
ver a aquél modelo de discurso directo atentando contra la “latinidad”, ahora
más cerca, en su propio territorio y con un dejo prosaico, donde hasta la
intelectualidad mexicana (Jesús Silva-Herzog Márquez) se declaró ofendida de
una tarea institucional de manejar la diplomacia en la conveniencia de las
relaciones tradicionales con un país difícil de evitar y de donde provienen las
remesas económicas de buena parte del obraje mexicano habitado en aquella parte
del continente y en donde es difícil manejar con tino de “nanocirugía” la
versatilidad de unas personalidades imbricadas de informalidad discursiva y de
pragmatismo institucional.
Ante la autoridad que se inventa
un pasado glorioso y el “derrotismo histórico” del mexicano que se rasga las
vestiduras cuando no se le complace, la nación mexicana se encuentra en un
mortero que lo residualiza, lo hace polvo, un reducto que nace ahora sin
proyectarse como una idea clara de su pasaje cultural que tuvo que criticarse
como historia pero nunca se ejerció como hábito. Ahora festejamos, ahora nos
deprimimos, ahora nos fastidiamos. Ojalá se plante el camino más deseable en
las generaciones a las que les toca trabajar el rezago acumulado por muchas
hornadas que no hicieron su parte.
Twitter: @JNMIJANGOS
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 15/09/2016, p. 7A)
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 15/09/2016, p. 7A)
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