LO QUE SUCEDE EN EL ISTMO SE QUEDA EN EL ISTMO
José Noé Mijangos Cruz
Algo de lo que ignoramos del
Istmo de Tehuantepec, justamente no nos llega porque sus pobladores o bien
pecan de discretos o ellos mismos se coluden para que ciertas manifestaciones culturales
no se divulguen del todo y con ello no se fomente la complacencia a ciegas o el
que algo sobresalga a costa de la colectividad. Es un fenómeno difícil de
comprender a la distancia, pero fácil de atribuir en la cercanía con esta
región tan atractiva para la imaginación y el desempeño de las actividades
productivas.
El habla cadenciosa de los hablantes
del zapoteco, comprende diálogos que se someten a las más estrictas reglas que
el ambiente cultural les impone: inclusión del otro para alentarlo a hablar,
asaltarlo con dudas, picardías y suspicacias, además de retarlo a que les platique
su forma de pensar, que viene siendo la parte ideológica que los habitantes istmeños
recrean para saber la conveniencia que habría que adoptar ante tan ocurrente participante
del habla popular.
En el Istmo de Tehuantepec, la
vida comporta curiosidades que se practican con esa tranquilidad que raya en la
lentitud. La productividad se mide por tiempo intenso de trabajo, pero
generalmente se tiene una calidad de vida por el “tiempo libre” que los
acompaña en buena parte del día. Trabajar por trabajar no es una tarea que les
atraiga, de ahí su liviano rechazo a la competitividad occidental que mide el
sobresalir después de descubrir el rendimiento en el desempeño. Curiosamente,
una buena parte de la burocracia practica un trabajo de complacencia con las
plazas o puestos que ocupa, y probablemente sean las personas que asimilan menos
identidad istmeña, por su rol occidental de obtener los sobresueldos o bonos,
tabú que en las actividades productivas istmeñas se consideran poco alentadoras
para dictaminar una vida sedentaria al estilo del habitante promedio. De ahí el
interés del burócrata de tener un negocio alterno a su ocupación oficial.
Algunos estudios han recordado que
los gentilicios de al menos cinco comunidades istmeñas: Juchitán, Tehuantepec,
El Espinal, Ixtaltepec e Ixtepec, producen una identidad istmeña no obstante
los signos negativos que los habitantes de sus mismas comunidades o de
comunidades aledañas les atribuyen. La parte positiva tiene a los pobladores de
Juchitán como aquellos que no se dejan, a los de Tehuantepec como aquellos que
preservan las tradiciones, a los de El Espinal como ahorrativos, a los de
Ixtaltepec como solidarios y a los de Ixtepec como gente tranquila. Producir
conlleva en estas comunidades entender las actividades económicas como un
recurso de desempeño, más no como una razón para alquilarse sin sentido ante
intereses diversos que los que ellos legítimamente practican.
Si bien el asombro del istmeño es
genuino (considerando al promedio de la población total en esta región),
respecto de roles occidentales o prácticas profesionales que impliquen salir al
extranjero o rozarse con habitantes de países cuya cultura sea diametralmente
opuesta a países latinos como el nuestro, no se limita su saber civilizatorio
cuando conoce lo elemental para la supervivencia, la trascendencia de sus hijos
y el compartir los productos que se destinan para atender a los visitantes que
se consideran razones humanas de privilegio y gozo, ante tantas preocupaciones
de aniquilamiento, codicia, conspiración y explotación infrahumana que alienta
Occidente.
Foto: Luis Villalobos Mimiaga |
Ahora mismo, el Istmo de
Tehuantepec se prepara para su agenda cultural que celebra año con año durante
un mes: sus velas. Las réplicas de esas velas llevadas a ciudades como
Coatzacoalcos, Minatitlán, Ciudad de Oaxaca, Puebla o Ciudad de México, juegan
más con una plasticidad occidental y menos con el desplante original de las
comunidades de origen. Un poco antes, las celebraciones de Semana Santa dan
ricos destellos culturales de alegría en recintos sepulcrales que se destinan
para la convivencia con los que ya yéndose, no se van del todo. Una tarea
gigante siempre se queda para las generaciones jóvenes, que tienen no sólo que
preservar las tradiciones, sino que incluso tienen que magnificarla, en tantas
veces como la explosión demográfica les desafíe.
El Istmo de Tehuantepec pareciera
un casino, si de buscar una similitud con Occidente se quisiera: hace recordar
que las razones de juego son expuestas como razones de riesgos. Elegir los
riesgos acciona una ruleta en permanente giro.
Twitter: @JNMIJANGOS
(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 25/03/2017, p. 6A)
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