lunes, 26 de agosto de 2019

EL COMANDANTE BOROLAS

José Noé Mijangos Cruz

posta.com.mx


La guerra contra el narco en el gobierno de Felipe Calderón, acrecentó y permitió que los cárteles se incrustaran en los organismos de represión que entre comillas, combatían desde la disciplina militar. La delación creció entre los vasos comunicantes que las mafias lograban atravesar, justamente por el alto grado de confusión que pretendía violentarlas desde la lógica del combate persistente. Se les ha olvidado a los regímenes que nos han gobernado, lo que atinadamente expresó el presidente Andrés Manuel hace unos días: “el narco es pueblo”.

El protagonismo obcecado de Calderón, desde una fraseología legaloide, sólo pudo ofrecernos una mercenarización de soldados que al no poder escalar desde los galones, desertaban para conseguir ese puesto de ascenso en áreas de la delincuencia organizada. Ese protagonismo llevó a la escena ceremoniosa, a un Calderón confuso de poder, ataviado de militar, y llevando al extremo el eslogan trasnochado de considerarse por ley: “Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas”.

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El culto a la personalidad, dejó fotografías suficientes del régimen calderonista, para hacer a destiempo todos los “memes” que cuentan la historia de una opción política que declinó en circo, utilizó el alarde como conquista territorial, y fosilizó la idea que el combate al narco era cosa diferente a la sociedad “bien portada”. Para este abogado de ideología vetusta la “teoría pura del derecho” declaraba la guerra al narco porque los transgresores de la ley eran una especie de “zombi”: no tenían familias, no pagaban impuestos y no podían ejercer sus libertades como ellos querían.

Negado y enceguecido como estaba de arte para gobernar y poder para distribuirlo con ingenio y responsabilidad, Calderón despertó sospechas de conspirar contra el gobierno de Estados Unidos, al saberse informado de parte de organismos de control de drogas estadunidenses sobre aplicaciones desde la inteligencia gringa en territorio mexicano, de operativos para rastrear la venta ilegal de armas (Operativo “Rápido y Furioso”). Esa secuela de pactar con organismos diversos del orden constitucional norteamericano, ha oscurecido a la soberanía de México, importándole poco a los regímenes como el de Calderón, el ejercicio legítimo del poder.

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La turbulenta llegada de Calderón a su de “toma de posesión”, declaró una andanada de discusión sobre el orden constitucional mexicano por encubrir desde una ceremonia hechiza, la doble moral política de un congreso instalado a modo. Al pisotear al Congreso, Calderón asumió este país sin fiscalización, negándole a la aprobación sobre leyes reglamentarias la vigilancia que hacía de los “chuchos” y del contrapeso efectivo de la ley, una burla amañada por la supeditación de los poderes públicos restantes al ejecutivo, a una guerra en donde el alcance fáctico de su régimen tomara tintes de limpieza en la imagen presidencial.

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Así fue como la legitimidad del régimen de Calderón siempre fue una tarea irresuelta, maquillada por la ayuda de medios de opinión, partidocracia lacerante, congreso comprado, y justicia coyuntural. El mote de “Comandante Borolas” que Calderón hace unos días se ganó desde el discurso presidencial, convocó a una sociedad cansada del protagonismo del expresidente al considerarse vigente como imagen política de trascendencia nacional. No espanta a nadie su regreso al poder, por medio de “México Libre”. Agradecemos que existan desde un registro apócrifo que el INE les va a tender como puente discursivo, pero su vigencia, como la imagen de Calderón, tendrá que empatarse con una realidad de rechazo consecuente, por apostarle al encumbramiento pragmático y ostentoso.

Twitter: @JNMIJANGOS

(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 26/08/2019, p. 6A)

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