viernes, 29 de abril de 2016

VELAS JUCHITECAS

VELAS JUCHITECAS

José Noé Mijangos Cruz



Gran parte de quienes escriben sobre las velas juchitecas, dan santos y señas, sobre con qué vela se empieza y con qué velas se termina, calenda, regadas, contingentes, padrinazgos y madrinazgos, exigencias en la vestimenta, quema de armazones pirotécnicos, sombreros charro 24, cerveza y mezcal, música de viento y orquestas de pretensiones económicas o de fama internacional. Juchitán se luce porque su población se demuestra anfitriona y enmarca su situación social desde la motivación que le permite alternar sus fiestas tradicionales con su economía de empuje que no se vincula todavía a dependencias externas.

Se pensaría que Juchitán es sólo gente longeva que dirige desde su trono gerontocrático a la comitiva, debido a sus deseos de aspiración y relevancia social, pero es probable que nos equivoquemos si pensamos eso. Juchitán es dominada, en parte, por su juventud sabia, que no deja morir en la pretensión de la modernidad a su civilización ancestral. Ser conducidos por jóvenes, hace que Juchitán se extienda rozagante desde su sépalo hasta su pétalo. No en balde, algunos visitantes son anticipados de que Juchitán es de las flores. El olor penetrante de su elixir servido como noción afrodisiaca sobre esos cuerpos mancebos en señal de triunfo, hace que en los eventos políticos en puerta, los futuros gobernantes lleguen con el collar de ‘guiechachi’ al cuello, demostrando que la resina vegetal les extiende su plenitud irrigada desde que revienta la sierpe en los patios comunales que convidan las más industriosas ocupaciones.

Foto: Gerardo Alfaro Cruz


Toda la comunidad de Juchitán participa y se demuestra gustosa de unas prendas únicas en su vocación criolla, ese criollismo que discrepa de la túnica corrida y que debe llevar dos piezas en los cuerpos esbeltos y esteatopígicos que desarrolla el atractivo de la talla femenina local. Nadie está proscrito tras la bienvenida que se le da al visitante en una muralla de contención que lo protege desde la casa rústica hasta el lugar de reunión que conlleva una velada en donde la noche se pierde junto con las liviandades. De madrugada, la sociedad se despierta como si estuviera hecha para confundirse con la espesura contemplativa de una noche que se siente desafiada, pero que espera ansiosa vencer esos cuerpos con la crema salival que se ocuparon en preparar para el fermento pencas de maguey o racimos lupulares. La silueta de ese destino lúdico, hace que esos cuerpos, jóvenes de hecho, se muevan entre las sombras de un pasaje de canciones que al ritmo del ‘pitu nisiaba’ se atreven a desconectar los nervios y las articulaciones para acaparar las miradas de tan sensuales gozos que se conculcan autorizaciones para el desgobierno del juicio y se prologan en las miradas absortas como una dislocación general.



Se acerca el día en donde los centauros y centáurides se impondrán con esa gracia para echar suertes y comprometerse desde muy jóvenes ante el obsequio que le disputan a las amistades, desde donde concurren para atravesar su comunidad alegrando la tarde y dejando desde horas anticipadas los quehaceres de culto que se endilgan oprobiosos a los negocios que esclavizan primerizos, luego del ahorro colaborativo que se previó meses antes.

La fiesta no termina donde apenas comienza. Durante un mes, se podrán decidir juicios en los tribunales, se podrán notificar requerimientos fiscales, se podrán comunicar oficios, circulares y manuales de organización, pero eso no bastará para esquivar a una comunidad que de empleos oficiales no vive, celebra a plenitud su felicidad de combatir la depresión contemporánea de la mezquindad, mediante el juego peligroso de allegarse deseos, ilusiones y fantasías cuya idea vascular es convocar a sus hijos dispersos por el mundo a que se reporten a su centro de operaciones. Ahora que se permite este tiempo de festejos, el Istmo de Tehuantepec se fascinará de convocar a todas sus comunidades a que se decoren esos encuentros con el colorido y entrega que sus autoridades ‘principales’ han venido debatiendo como destino cultural, haciendo de la religión, el sincretismo, la añoranza y la tradición, una estela de opiniones que no han sucumbido ante el afán profesional de emparejarlo todo.

Los pueblos istmeños seguirán deleitándose de la naturaleza que les dio origen. Mujeres y hombres que se demuestran a través de sus fiestas un planteamiento del bien vivir que se traduce en el despertar por la curiosidad humana, transmitidos de padres a hijos. Los ancianos se demuestran orgullosos de prestar este servicio, que es la deuda por el futuro. Una deuda que no los inflaciona, que les ocasiona una renta que en los hechos se respalda con una propedéutica sutil, que no se cuestiona porque todo en ella es benéfica. Las velas juchitecas, literalmente no pagan renta, pues de tantas sonrisas la deuda se convierte en espléndidas satisfacciones que deben superar las generaciones por venir.


Twitter:@JNMIJANGOS

(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 29/04/2016, p.10A)

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