miércoles, 16 de noviembre de 2016

LA REVOLUCIÓN QUE NUNCA LLEGÓ

LA REVOLUCIÓN QUE NUNCA LLEGÓ

José Noé Mijangos Cruz



En más de una ocasión se ha dejado notar que las revoluciones deben prever lo que harán en materia de progreso social, las etapas que lo deberían componer -como innovación política- y las exigencias que se les reclamarían a los dirigentes ante una conducta de aminoramiento selectivo. Los casos mayormente conocidos de revoluciones en la historia universal, han dado cuenta que la ley de hierro de las revoluciones generalmente pasan de ideales al conformismo en las exigencias de cambio.

México, no fue la excepción en sus dos revoluciones más visibles: la revolución de Independencia y la revolución del siglo 20. En la primera, el criollismo generó una disputa por los hilos de liberalismo provocados tanto por la Constitución norteamericana (revolución jurídica), así como por la revolución francesa (revolución social). Fue una medida de dislocación social que no alcanzó el proceso de ruptura. Viejas estructuras y clases acaudaladas pasaron a la nación independiente sin tantos tropiezos, y sólo por la anécdota de las masacres a inocentes, el país superó fácilmente su convulsión social, terminando con el posicionamiento fallido de Agustín de Iturbide al frente del nuevo Imperio.

Desde la revolución de Ayutla, se fue perfilando un elemento integrador de lo que después vendría a darle poder al grupo de la Reforma, con Juárez a la cabeza. Fue así como los reclamos de las guerras pasadas por los caudillos que prosperaron en las batallas, impulsó a Díaz a convertirse merecidamente en quien sostendría un régimen que trazó sus miras por varias décadas.

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La revolución fue de los sonorenses, si seguimos la tesis de Aguilar Camín (La frontera nómada). Por lo menos, algunos figuraron en el proceso revolucionario de manera espectacular. Enemigos de Ramón Corral, segundo en la planilla de Porfirio Díaz en su enésima reelección, atacaron los intereses de las familias pudientes aplicándoles en Sonora “impuestos de guerra”. En el sur, la situación era artesanal, católica y timorata. Los sonorenses, en cambio, ya contaban con elementos industriales en sus afanes de producción agrícola (Obregón mismo era el inventor de una máquina cosechadora). Nadie imaginaba la trascendencia de unos norteños ateos y acostumbrados a la vida de frontera, irritando a los gringos por su paso obligado en sus faenas campiranas.

Las odiseas del presidencialismo mexicano, después de la expulsión de Vasconcelos en aquella elección de 1929, trajo consigo amenazas del caudillismo de quedarse con el poder ante cualquier pretexto que los fustigara. Nació la idea de partido único (hegemónico, dijera Sartori), y la mezcla de sectores generó que los militares excluidos se aglutinaran en lo que después se conocería como Partido Auténtico de la Revolución Mexicana. De la misma traza que el Partido Popular Socialista y el Partido Demócrata Mexicano, estas organizaciones políticas devengaron componendas en todo el círculo vicioso que privó hasta hace unas décadas y se acostumbraron, durante su vigencia de beneficios, a esquilmar los intereses promiscuos que el régimen en turno lograba financiar para obtener favores personalísimos.

 

Los presagios de una mexicanidad contemporánea caminaban de la mano con el campesinado, que con la Ley de reparto agrario ni avanzaba como productora de granos, menos como granero, y de plano, era una catástrofe como ingenio.

Así llegamos de manera tardía a los subsidios, lucrando con las aportaciones y participaciones sociales, devengando una medida de sostenimiento para atacar la pobreza extrema, y favoreciendo un secuestro financiero de los órganos de control del Estado.


Twitter:@JNMIJANGOS

(Publicado en +Noticiasnet.mx Voz e Imagen de Oaxaca, 16/11/2016, p. 7A)

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